Introducción
La escritura de cuentos es una práctica habitual en nuestras escuelas. Todos sabemos que la lectura y la producción escrita de textos pertenecientes a este género ocupa muchas horas de la actividad en el aula. Sabemos también que, en muchos casos, la reiteración de esta actividad año tras año no ha contribuido de manera significativa al enriquecimiento de los niños en tanto lectores y escritores. Muchas veces la costumbre nos conduce a repetir rutinas sin reflexionar acerca de sus fundamentos y de sus alcances. Pero esa actitud no es admisible desde la perspectiva de una didáctica que aspire a tener ciertos fundamentos científicos.
La pregunta que se impone, entonces, sería ¿cualquier propuesta didáctica es igualmente fecunda? Como consideramos que la respuesta a este interrogante es negativa, hace unos años realizamos un proyecto didáctico de escritura de cuentos en el aula para poner a prueba un camino alternativo de intervención docente.
Antes de exponer los resultados de este proyecto, incluiremos algunas reflexiones que guiaron nuestro trabajo.
¿Qué aprenden los niños cuando escriben cuentos?
La primera respuesta que surge al formularse esta pregunta es: aprenden a escribir. El aprender a escribir implica mucho más que apoderarse de un instrumento. Sin embargo, con mucha frecuencia, en el ámbito escolar la escritura es adquirida en los primeros años como una herramienta que luego será usada, de manera prioritaria, para asentar datos a los que los alumnos acudirán ulteriormente para estudiar.
Consideramos que esta concepción es limitada y errónea, razón por la cual, queremos rectificarla e introducir otras alternativas que pueden ponerse en juego en el proceso de escritura, siempre y cuando exista la decisión didáctica de intervenir sistemáticamente en la definición y el control del contexto de producción.
Refutando el planteo escolar mencionado, Emilia Ferreiro (1979, 1999) demostró fehacientemente con sus investigaciones que la escritura no es adquirida por el niño como un instrumento, sino que es encarada como un auténtico objeto de conocimiento con el cual interactúa formulando hipótesis, poniéndolas a prueba, enfrentando conflictos cognitivos, etc., tal como sucede con cualquier otra construcción intelectual.
Además de esta visión que compartimos, enrolada en el marco teórico de la epistemología y la psicología genética, queremos incluir aquí otro aporte que proviene del campo de la psicología cognitiva. Marlene Scardamalia y Carl Bereiter (1992) han propuesto dos modelos diferentes para caracterizar al acto de escribir. Dichos modelos fueron denominados por estos autores "decir el conocimiento", que corresponde a la manera en que escriben los novatos, y "transformar el conocimiento", que es el que ponen en juego los expertos. Cuando los novatos acaban de escribir, su bagaje intelectual no se ha incrementado: simplemente han asentado sobre el papel lo que ya sabían.
El segundo modelo, coloca en el escenario al lector. Con este modelo en funcionamiento, no se trataría sólo de evocar y escribir sino de incluir una representación del destinatario a fin de adecuar el texto a ese receptor específico; la presencia virtual del lector revitaliza el propósito que guía la escritura e incide directamente...
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